Roberta Flack hizo famosa esa canción en la que se decía eso de "singing my life with his words". Creo que sentí lo mismo que sintió Roberta cuando un día escuché esta otra canción (aunque la canción sea de Pereza... Xoel forever!).
26.2.07
10.2.07
Relato corto intrascendente Nº1 en Mi (menor)
- Jamás me compraré un Ipod.... jamás me compraré un Ipod... - se repetía una y otra vez como para autoafirmarse en una convicción que se tambalea por momentos. Miró con cierta tristeza su reproductor de mp3 y dejó que la música se llevara sus pensamientos.
En el momento en que comenzó a sonar una canción de Iván Ferreiro (melancólica como todas sus canciones) el autobús se detuvo.
- ¡Cinco minutos para fotos! - bramó la sonora voz del guía que les acompañaba.
Recogió torpe y precipitadamente todo lo que llaman "equipaje de mano" y salió como una exhalación del vehículo. Tan espectacular fue su salida como su frenada: justo en el instante en que alzó la vista, sus pies se negaron a seguir caminando. El paisaje que tantas veces había visto en fotos de libros y más recientemente, en la búsqueda de imágenes del Google, se presentaba por fin ante él.
En un gesto casi instintivo, deslizó su mano dentro de la bandolera y sacó su cámara digital. -Éstas la saco al máximo de calidad- pensó. Apretó el botón de encendido y esperó a que la tapa protectora se retirara. A continuación, apuntó hacia adelante mientras notaba cómo se apoderaba de él esa especie de fiebre del coleccionista que tantas otras veces había experimentado. La notaba cuando compraba algún cómic de sus colecciones que sabía que no podría leer por falta de tiempo. Era el mismo afán de posesión que le había hecho copiar cientos de películas bajadas de internet aún a sabiendas de que no vería ni un tercio de ellas.
Aparcó sus pensamientos y se concentró en conseguir un buen encuadre. Ya estaba, aquélla iba a ser una foto brillante: la luz adecuada, la composición perfecta... si se lo curraba podría hacer un par de ellas más a la derecha y acoplarlas con el Photoshop en una gran imagen panorámica.
Apretó ligeramente el botón de disparo hasta que el sonido de la lente compensando las distancias y un pequeño led verde le indicaron que el enfoque era correcto. Y entonces se bloqueó. Sé quedó paralizado preguntándose por qué quería realmente hacer esa foto. Quizás fué la crisis existencial que llevaba arrastrando desde hacía un año y medio o un efecto secundario del potente desayuno, pero el caso es que no conseguía terminar el recorrido del botón de disparo. De alguna manera comprendió en aquel instante que, en el fondo, esa foto supondría un insulto a la belleza que se alzaba ante él. Deslizó de nuevo la cámara en la bandolera, dio media vuelta y se dirigió (ahora lentamente) hacia el autobús esbozando media sonrisa. Fue entonces cuando supo que ningún virus informático, ningún error de tarjeta o descuido iban a poder arrebatarle aquella imagen jamás.
- ¡Cinco minutos para fotos! - bramó la sonora voz del guía que les acompañaba.
Recogió torpe y precipitadamente todo lo que llaman "equipaje de mano" y salió como una exhalación del vehículo. Tan espectacular fue su salida como su frenada: justo en el instante en que alzó la vista, sus pies se negaron a seguir caminando. El paisaje que tantas veces había visto en fotos de libros y más recientemente, en la búsqueda de imágenes del Google, se presentaba por fin ante él.
En un gesto casi instintivo, deslizó su mano dentro de la bandolera y sacó su cámara digital. -Éstas la saco al máximo de calidad- pensó. Apretó el botón de encendido y esperó a que la tapa protectora se retirara. A continuación, apuntó hacia adelante mientras notaba cómo se apoderaba de él esa especie de fiebre del coleccionista que tantas otras veces había experimentado. La notaba cuando compraba algún cómic de sus colecciones que sabía que no podría leer por falta de tiempo. Era el mismo afán de posesión que le había hecho copiar cientos de películas bajadas de internet aún a sabiendas de que no vería ni un tercio de ellas.
Aparcó sus pensamientos y se concentró en conseguir un buen encuadre. Ya estaba, aquélla iba a ser una foto brillante: la luz adecuada, la composición perfecta... si se lo curraba podría hacer un par de ellas más a la derecha y acoplarlas con el Photoshop en una gran imagen panorámica.
Apretó ligeramente el botón de disparo hasta que el sonido de la lente compensando las distancias y un pequeño led verde le indicaron que el enfoque era correcto. Y entonces se bloqueó. Sé quedó paralizado preguntándose por qué quería realmente hacer esa foto. Quizás fué la crisis existencial que llevaba arrastrando desde hacía un año y medio o un efecto secundario del potente desayuno, pero el caso es que no conseguía terminar el recorrido del botón de disparo. De alguna manera comprendió en aquel instante que, en el fondo, esa foto supondría un insulto a la belleza que se alzaba ante él. Deslizó de nuevo la cámara en la bandolera, dio media vuelta y se dirigió (ahora lentamente) hacia el autobús esbozando media sonrisa. Fue entonces cuando supo que ningún virus informático, ningún error de tarjeta o descuido iban a poder arrebatarle aquella imagen jamás.
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