17.12.07

Qué bien vivís, los que viajáis...

"La compañía equis informa a sus pasajeros con destino Barcelona, que el vuelo se encuentra retrasado porque tiene una capa de hielo de tres pares de cojones. Además, como somos un aeropuerto de provincias -y a perro flaco todo son pulgas- el camión rociador de anticongelante también tiene todos las tuberías congeladas. El despegue se retrasará 30 minutos, si el astro lo permite... porque el pastor del Gorbea no se suele equivocar y dijo que bla bla y bla"

Esa es la locución que NO tenían en el Aeropuerto al que llegaba esta mañana a las 7:30H. En su lugar, han reproducido la consabida y anodina parrafada que aduce "razones técnicas". Diez horas, un montadito y cuatro cafés después, llegaba a Alicante -mi destino final- vía Barcelona, vía Murcia.

Mientras estrangulaba a la azafata en una extraña ensoñación (todos sabemos que siempre es el mensajero el que se lleva la peor parte) me han venido a la cabeza cuatro pensamientos:

Uno. Los aeropuertos son como la casa de Gran Hermano, o al menos como dicen todos los que salen de ella que es: todos los sentimientos se magnifican ya sea para bien (véase el típico "coño! si han venido a esperarme!!!" y los abrazos que lo siguen), como para mal (véanse todos los demás casos).
Dos. En la era de la tecnología, internet, los sistemas de aproximación por radar y los vibradores WiFi con estrías de fibra óptica, seguimos dependiendo de algo tan básico como "que haga bueno".
Tres. Espero que el avión en cuestión, bautizado como El Almendro (lo juro) no sea el encargado de devolverme a casa -por Navidad- el próximo viernes.
Cuatro. No la mates... canaliza tu ira con una entrada en el blog...

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