Cuando vi la película de Amelie hace ya varios años, quedé maravillado con la retahíla de pequeñas cosas en las que la guapísima Audrey Tautou encontraba breves instantes de placer. Recuerdo que entre ellas estaba meter la mano en el cesto de las legumbres y notar cómo las lentejas se escurrían entre sus dedos.
Recuerdo también que nada más salir de la peli empecé a pensar en las cosas pequeñas que me gustaban especialmente (ni siquiera yo haré el chiste fácil sobre el tamaño de los genitales). Todas las que se me ocurrían eran muy convencionales (no por ello menos placenteras): explotar pompitas de papel burbuja, el olor de la tierra mojada al llover, sentir cómo los PetaZetas cantan y brincan en el paladar, o despertarte en mitad de la noche y descubrir que todavía faltan horas para ir a currar.

Eso no era lo que buscaba. Amelie seguro que también disfrutaba de esas cosas, pero eran otras las que la hacían especial. Tenía que encontrar eso que a la mayoría de la gente le debe dar igual y a mí me resulta tan agradable. Y lo he encontrado. He descubierto que el oído es un sentido al que quizás no le prestamos toda la atención que requiere, porque mis dos hallazgos son simples sonidos (muy ordinarios, por cierto). En primer lugar, me encanta cómo crepitan los hielos al entrar en contacto con un líquido (crack creck catacrack). Y algo todavía más raro: también me he sorprendido con una agradable sensación al escuchar cómo las típicas chanclas veraniegas golpean con ritmillo los talones de la gente que las lleva puestas al andar por la calle (tip tip tip).
¿Os habíais fijado antes en estos sonidos? ¿le gustan a alguien más o soy tan raro como parece? ¿cuáles son vuestros placeres sencillos y secretos?