Le debo un post a Iván Ferreiro. Él no lo sabe, pero se lo debo.
Primero porque el tío me regaló a mí y a todo el que lo quiso su soberbio último álbum. Segundo, porque nos obsequió (previo pago de la entrada, como es de ley) con un concierto mítico en Pamplona, tan sólo ensombrecido por las voces de la legión de quinceañeras que elevadas por un extraño fenómeno sexualo-metafísico llegaban a tapar en algunas canciones al gran Iván. Y por último, porque hoy no he podido resistirme a comprar el pedazo de Cd-cómic que junto con Astiberri ha editado con sus canciones y las historias que les han evocado a un puñado de buenos dibujantes.
Mucha gente más preparada que yo sabría manejar estos argumentos con mayor astucia, por lo que yo me limitaré a decir que ésta sí es una forma de salir a flote en una época en la que las grandes discográficas dan por muerta la música (cuando lo único que se va muriendo poco a poco -y nunca lo suficiente- son sus pingües beneficios). Y es que, si después de tanta promoción, firmas de discos y chorripolleces varias queda algo, como también cantaba otro grande... eso es la música.
Primero porque el tío me regaló a mí y a todo el que lo quiso su soberbio último álbum. Segundo, porque nos obsequió (previo pago de la entrada, como es de ley) con un concierto mítico en Pamplona, tan sólo ensombrecido por las voces de la legión de quinceañeras que elevadas por un extraño fenómeno sexualo-metafísico llegaban a tapar en algunas canciones al gran Iván. Y por último, porque hoy no he podido resistirme a comprar el pedazo de Cd-cómic que junto con Astiberri ha editado con sus canciones y las historias que les han evocado a un puñado de buenos dibujantes.